lunes, 19 de noviembre de 2007

ESAS PEQUEÑAS LECCIONES

Son esas pequeñas cosas que, en ocasiones, en tan solo un momento constituyen grandes lecciones de la vida. Son instantes que permanecen en la retina. Pequeñas historias anónimas que, en ocasiones pasan desapercibidas para los viandantes. Incluso para aquellas personas que forman parte de la escena, del propio cuadro urbano.

Me encontraba realizando algo tan banal como acompañando a mi hijo pequeño mientras se cortaba el pelo. La peluquería se encuentra, aproximadamente, un metro por encima del nivel de la calle. Lógicamente el acceso se realiza a través de una pequeña rampa lateral que salva dicho desnivel. La zona frontal del establecimiento es completamente de cristal de modo que los viandantes pueden ver a los clientes siendo sometidos a la tijera del fígaro de turno. Como es lógico los que estábamos en su interior también podíamos ver a la gente que se para en el quiosco de prensa o a comentar, en corrillo, alguna noticia o, simplemente a saludarse.

Mientras me congratulaba de ver como la irregular melena del chico era transformada en un corte aseado. Todo ello después de semanas de perseguirle a todas horas e intentar buscar un hueco en que pudieran “pelarle”, sucedió la escena que motiva escribir estas líneas.

Una chica caminaba calle arriba apresuradamente forzando el paso. Quizás llegaba tarde a alguna cita o entrevista de trabajo. Mientras caminaba intentaba extraer o introducir algo de su monedero, posiblemente el metrobus. En ese instante, mientras mi atención se encontraba repartida entre la cabellera de mi hijo y la visión de la chica observé como una moneda se le caía del bolso, imagino que causando el lógico sonido metálico, cosa que desconozco ya que detrás de cristal todo transcurría en silencio. Ella se gira, en su prisa, intentando localizar dicha moneda. Sin embargo, desde mi posición, aprecio como la moneda rueda tan solo un par de metros hacia atrás y una niña de unos siete años se agacha y la recoge. En ese instante sucede todo a cámara lenta: la niña mira hacia la chica que, en su prisa, se aleja disgustada por haber perdido la moneda e impotente en pararse a buscarla. Tan solo dos o tres metros distancian a la niña de la chica. Yo, posicionado en un vértice de un triángulo imaginarioi también me encuentro a la misma distancia. Preveo que la niña que sabe perfectamente a quien pertenece la moneda va a pegar un salto y dársela con una sonrisa a la chica. Pero, en ese instante la madre le dice algo a la niña que a su vez mira a la madre. Vuelve la mirada hacia la chica que ya, definitivamente, se aleja frustrada por la pérdida y se guarda la moneda en el bolsillo. Nunca sabrémos que escuchó esa niña pero, seguramente, los pocos céntimos que usurpó probablemente le saldrán muy caros en su próxima lección vital. Una pena de oportunidad perdida. Una pequeña escena urbana. Una reflexión.

lunes, 5 de noviembre de 2007

LOS NIÑOS INVISIBLES

Imaginemos un mundo donde una ONG se dedica, supuestamente, a traficar con niños. Bueno, quiero decir que los lleva de un lado a otro y cobra una suma a los padres adoptivos que desconozco si compensa sus gastos internos. Al mismo tiempo, el país de donde salen dichos niños mantiene relaciones tortuosas con la nación que los acoge. En particular debido a que una compañía nacional que se dedica a la explotación petrolífera de la zona, que casualidad, de donde provienen dichos niños. Paradójicamente, la explotación de los hidrocarburos ha traído más miseria que riqueza a los habitantes de dicha región. ¿La causa? Inmigración descontrolada y guerra fronteriza por el tema del petróleo. Para rematar la situación las instalaciones de producción y transporte del petróleo han arrasado con una importante zona que otrora se dedicaba a exiguos cultivos que, por lo menos, alimentaban a las familias autóctonas.

Por si todo lo anterior no fuese suficiente para deprimirse ante un escenario tan gris la mayor parte de los ingresos por el petróleo se volatilizan antes de ser ingresados en las arcas del estado. Hasta el punto que el Banco Mundial ha intentado numerosas veces controlar la situación sin un ápice de éxito. Digamos que este país encabeza con la primera posición las listas de corrupción internacionales.

Más aún, es un país en el que muere por desnutrición y enfermedades un niño cada cinco minutos. Un país al que su corrupto gobierno no solo no le ha importado 103 niños sino tampoco muchos miles más. El otro país, el que le roba el petróleo e ingresa el miserable dinero en alguna remota cuenta tampoco ha movido un solo dedo para favorecer a esas miles de familias que prefieren enviar, regalar o vender a sus pequeños. A todo esto llega la ONG y se lleva para bien o para mal unos cuantos niños. En ese momento a todos les da un ataque de moralidad, entre ellos al comprador de petróleo que se pone sumamente nervioso al ver peligrar su oscuro y pegajoso negocio.

Enciendo el televisor y veo a un dictador africano que se dirige a un desgraciado piloto reprochándole su pertenencia a una banda de pederastas. El pobre hombre solo acierta a contestar: “no, yo soy español”. Me quedo perplejo ante tanta hipocresía y desinformación. Apago la tele y sueño con diversas soluciones. En todas ellas los niños son felices y sonríen con sus grandes dientes blancos. De hecho me dan ganas de fletar otro avión y llevarme a los niños mientras unos y otros intentan lavar su ya sucia imagen. Seguramente devolverán a los niños a su lugar de origen. Muchos morirán anónimamente y nunca nos enteraremos porque ya para entonces los niños no serán noticia. De hecho sucumbían desde hace muchas décadas y apenas sabíamos de su miserable existencia. Nada habrá cambiado.



Si te parece que he sido demasiado crítico o todo lo contrario, por favor deja tu opinión. Miles de personas la leerán y compartirán sus pareceres.