martes, 6 de mayo de 2008

EL NIÑO

La señora, ya entrada en años, entró y mi despacho y sin apenas saludar comenzó a relatarme mientras movía sus húmedas manos: “Doctor, el niño está ya insoportable. Nos hace la vida imposible."

Sería largo enumerar todo lo que me dijo en todos aquellos largos minutos, pero la retahíla de despropósitos del niño y sus dudosas hazañas eran, realmente, para poner los pelos de punta a cualquier ciudadano más o menos coherente.

El chico, al parecer era un vago, no iba atrabajar ni tampoco estudiaba. Su vida consistía en un devenir de la holgazanería que ya quisieran para sí muchos soñadores de la hamaca. Además de lo anteriormente descrito, la madre se encargaba de la alimentación y cuidados logísticos de su vestuario. Prosiguió la madre: “Yo le doy diez euros por las mañanas para que se compre el tabaco y se tome algo con los amigos… ¡Ay, doctor!, es que me da pena".

Si bien es cierto que muchos jóvenes fuman, este hecho comenzó a levantar ciertas sospechas en relación con su edad y su paralela inutilidad para la autonomía. No pude más con la curiosidad personal y también profesional, claro está, y pregunté: “¿Cuántos años tiene el niño?

Después de unos momentos vacilantes en que la mujer me clavó la mirada, contestó: “Treinta y dos años doctor”.

Creo que me fue imposible disimular el gesto, mezcla de sorpresa y cierta incomodad provocada por mi desazón personal.

¡Resultaba que “el niño” tenía más de treinta años! Vivía en casa de mamá y papá y comía como un gorrón cualquiera, además de extorsionar diariamente a sus padres mediante cambios bruscos de conducta y amenazas variopintas. En el último año, cual guinda en el pastel, había comenzado a consumir cocaína los fines de semana, con lo cual, obviamente, había exigido un aumento de su generoso peculio.

Relatado de esta breve forma podría pensarse que es una mera anécdota. Sin embargo, son numerosísimos los casos de jóvenes que siguen viviendo con sus padres hasta avanzadísimas edades sin querer independizarse. Lo viciado de la situación, no es menos cierto, es eternizado por parte de dichos padres creyendo que le hacen el “bien” a su vástago “protegiéndolo” de las supuestas desdichas a las que todos, tarde o temprano, debemos enfrentarnos. El niño va cumpliendo años y nosotros todavía le preparamos la sopa… boba.