lunes, 5 de noviembre de 2007

LOS NIÑOS INVISIBLES

Imaginemos un mundo donde una ONG se dedica, supuestamente, a traficar con niños. Bueno, quiero decir que los lleva de un lado a otro y cobra una suma a los padres adoptivos que desconozco si compensa sus gastos internos. Al mismo tiempo, el país de donde salen dichos niños mantiene relaciones tortuosas con la nación que los acoge. En particular debido a que una compañía nacional que se dedica a la explotación petrolífera de la zona, que casualidad, de donde provienen dichos niños. Paradójicamente, la explotación de los hidrocarburos ha traído más miseria que riqueza a los habitantes de dicha región. ¿La causa? Inmigración descontrolada y guerra fronteriza por el tema del petróleo. Para rematar la situación las instalaciones de producción y transporte del petróleo han arrasado con una importante zona que otrora se dedicaba a exiguos cultivos que, por lo menos, alimentaban a las familias autóctonas.

Por si todo lo anterior no fuese suficiente para deprimirse ante un escenario tan gris la mayor parte de los ingresos por el petróleo se volatilizan antes de ser ingresados en las arcas del estado. Hasta el punto que el Banco Mundial ha intentado numerosas veces controlar la situación sin un ápice de éxito. Digamos que este país encabeza con la primera posición las listas de corrupción internacionales.

Más aún, es un país en el que muere por desnutrición y enfermedades un niño cada cinco minutos. Un país al que su corrupto gobierno no solo no le ha importado 103 niños sino tampoco muchos miles más. El otro país, el que le roba el petróleo e ingresa el miserable dinero en alguna remota cuenta tampoco ha movido un solo dedo para favorecer a esas miles de familias que prefieren enviar, regalar o vender a sus pequeños. A todo esto llega la ONG y se lleva para bien o para mal unos cuantos niños. En ese momento a todos les da un ataque de moralidad, entre ellos al comprador de petróleo que se pone sumamente nervioso al ver peligrar su oscuro y pegajoso negocio.

Enciendo el televisor y veo a un dictador africano que se dirige a un desgraciado piloto reprochándole su pertenencia a una banda de pederastas. El pobre hombre solo acierta a contestar: “no, yo soy español”. Me quedo perplejo ante tanta hipocresía y desinformación. Apago la tele y sueño con diversas soluciones. En todas ellas los niños son felices y sonríen con sus grandes dientes blancos. De hecho me dan ganas de fletar otro avión y llevarme a los niños mientras unos y otros intentan lavar su ya sucia imagen. Seguramente devolverán a los niños a su lugar de origen. Muchos morirán anónimamente y nunca nos enteraremos porque ya para entonces los niños no serán noticia. De hecho sucumbían desde hace muchas décadas y apenas sabíamos de su miserable existencia. Nada habrá cambiado.



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2 comentarios:

Anónimo dijo...

PIENSO EXACTAMENTE COMO USTED,TENGO EN LA RETINA LA IMAGEN DE ESOS POBRES NIÑOS Y EN EL CORAZÓN LA RABIA E INDIGNACIÓN HACIA LA CLASE POLITICA QUE HASTA EN ESTA INDIGNIDAD BUSCA SU"GLORIA".QUE ASQUITO DE MUNDO ESTAMOS CONSTRUYENDO...O DESTRUYENDO

Anónimo dijo...

Es muy triste que en la esencia del ser humano quepa tanta maldad como para hacer sufrir a algo tan maravilloso e inocente como es un niño o una niña.A veces prefiero no mirar directamente a la realidad, pues no soporto su dureza con los más débiles, sin embargo enseguida me doy cuenta de mi cobardí­a y egoi­smo e intento hacer cuanto puedo, trabajo con adolescentes que tienen problemas en el instituto y son expulsad@s y la causa casi siempre( por no decir siempre) es la misma, a saber,sus padres-adultos, pero que a la vez también fueron ví­ctimas de otros padres...en fin hagamos cuanto podamos aunque siempre tengamos esa sensación de "parche", aunque sólo sea por hacerles reí­r una vez.