Parece increíble la frecuencia con la que podría actualizar este blog si dispusiese no sólo del tiempo necesario para escribirlo sino también de los minutos que conllevan reflexión y que son la puerta para sincerarme y escribir algo que resulte medianamente inteligente y de interés para el lector.
Sin embargo, hace dos días recibí en la clínica a un padre lógicamente preocupado ya que su hijo de 20 años no hace otra cosa que estar en casa frente al ordenador y fumar porros. Este último asunto, binomio ordenador y porros merece otro artículo algún día de estos pero ahora me voy a centrar en otro aspecto: ¿Cómo había llegado a producirse dicha situación? Seguramente no se puede achacar a tan solo una circunstancia determinada sino a muchas o, al menos a varios factores.
A lo largo de más de una hora de conversación pude advertir cierta actitud de “colegueo” en la descripción que el padre me hacía de la relación con su hijo. En un momento determinado, tampoco hacía falta ser un avezado psiquiatra, le pregunté si él también consumía hachís. Miró hacia el suelo, presto a admitir algún desliz, y admitió su consumo. Lo peor es que, un instante después, comentó que hasta hacía poco ambos compartían los porros a diario.
Un buen profesional no entra (o no debe) juzgar cuestiones de índole moral o puramente social sino eminentemente prácticas.
Me planteo: ¿Era previsible el resultado ante tal actitud?, ¿Qué puede hacer, ahora, el padre?, ¿Romper la relación asimétrica (ser un “colega” en vez de padre) padres-hijos es bueno?, ¿Conocéis casos similares?, ¿Qué haríais vosotros?
Lo que yo hice y lo que sucedió en la próxima cita lo relataré en mi próximo artículo. ;-)