martes, 21 de agosto de 2007

UNA VUELTA POR CRISTIANA

Acabo de visitar Cristiana en Dinamarca. Formalmente son unos terrenos ocupados al ejército hace ya unas décadas. Para sus habitantes un feudo independiente del estado danés que les acoge en uno de sus barrios.
Tras hacerme algún lío que otro con el mapa logro encontrar los terrenos en el lado opuesto del puerto donde se encuentra la famosa sirenita de Copenhague. Un gran mural de colores muy vivos hace de antesala a su entrada principal. Para los que no hemos estado nunca en esta comuna nos asalta todo tipo de ideas que seguramente no tendrán correspondencia alguna con la realidad: no sabría como definirlas con exactitud pero, seguramente, una mezcla de actividades culturales con cierto regustillo anarquista.

Una vez que traspaso un amplio arco de oscuro ladrillo observo una multitud de jóvenes que se agrupan en corrillos y que deambulan de un sitio para otro. Por su actitud un tanto despistada deduzco que son turistas como yo. Me voy adentrando en sus estrechas calles rodeado de pequeños puestecillos destinados a tomar alguna bebida o refrigerio: aquí un restaurante vegetariano, allí una hamburguesería. Todo aparece sucio y descuidado y la verdad es que este factor no ayuda a que se abra el apetito: restos de comida, pequeños envases plásticos y papeles salpican el suelo por doquier a diferencia de la pulcra ciudad de Copenhague.

En uno de los portales un grupo de tibetanos recauda dinero para su justa causa en contra de la invasión china. En otro, un artesano corta con una sierra manual y un esfuerzo sobrehumano una cubierta de automóvil para construir un juguete. Me acuerdo de mi sierra eléctrica con cierta sana nostalgia.

Llego a un pequeño parque infantil donde los niños se tiran por un desvencijado tobogán metálico que augura una futura desgracia que, sin embargo, seguramente avezados médicos del exterior de Cristiana sabrán curar en una limpia sala de hospital.

Sigo adentrándome entre pasadizos flanqueados por unos cuantos tipos cuyo enrojecimiento ocular es directamente proporcional a las botellas de cerveza que yacen a sus pies y, la verdad, me entristece que muchas personas desfavorecidas por la vida hayan encontrado refugio en estos metros en vez de integrados en el exterior.

En una de las paredes se advierte que está prohibido tomar fotografías. Otro cartel recuerda que está prohibido robar (¿?) enzarzarse en peleas o las drogas “duras”. La permisividad con las mal llamadas “blandas” es evidente ya que advierto algunas plantas de marihuana que crecen felizmente bajo el débil sol danés y por supuesto fuerte olor a porros por doquier pero, para hacer honor a la verdad, son más bien los visitantes que aprovechan este remanente de ausencia de autoridad legal para encender los cigarrillos de cánnabis que sospecho han introducido desde sus respectivos países o desde la cercana Holanda. Digo yo que para los entendidos no hay nada mejor que un buen porro en una isla de anarquía. Una manera un tanto superficial de mimetizarse con esta raza de seres aparentemente libres.

Buscando las viviendas de esos niños que había visto hacía pocos momentos jugando en el parque observo una edificación de no más de tres plantas a mi derecha. Algunos cristales están rotos y la fachada desconchada. Desde una de las ventanas me saluda un niño de unos tres años en brazos de su madre. Parece feliz, le devuelvo el saludo y me premia con una sonrisa. Pocos metros más adelante se encuentra la desvencijada puerta de acceso a las viviendas. A pesar de la obvia advertencia de “prohibido robar” luce una cerradura. Irónicamente pienso si su función será evitar los robos por parte de los turistas.

Casi al salir un grupo de personas descarga alimentos del maletero de un coche para aprovisionar a un restaurante. Pero, ¿no estaba prohibida la utilización de vehículos a motor? Un momento más tarde veo que en dicha cantina se aceptan las tarjetas de crédito. Sigo sin apetito.

Al salir, otro arco que me había pasado desapercibido reza: “está usted entrando en la Unión Europea”. Me acuerdo del niño. Le doy vueltas en mi cabeza acerca de su tipo y calidad de vida, exento seguramente de tantos beneficios que, paradójicamente, tiene Dinamarca para sus habitantes. Me consuelo pensando que a ambos lados de esta imaginaria barrera se encontrará bien si es querido por sus padres.

Cruzo el arco y noto cierto gorgojeo en el estómago. Me vuelve el apetito, debe ser de tanto caminar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

una buena descripcion...y que cada uno saque sus conclusiones.De eso se trata dr.Gaona..aportar datos,dar que pensar y moralinas las de cada uno ¿no?

Anónimo dijo...

una buena descripción...y que cada uno saque sus conclusiones.De eso se trata Dr.Gaona..aportar datos,dar que pensar y moralinas las de cada uno ¿no?