martes, 15 de abril de 2008

UN PEQUEÑO DESCUBRIMENTO


Cada semana que transcurre resulta en un pequeño desafío escribir este “blog”. Si he de ser sincero, despreciando a la vanidad, la variedad de experiencias profesionales y mundanas hace difícil escoger la vivencia más rica en contenido que se pueda relatar.

Dudaba escribir entre unas y otras hasta que hace escasos días recibí la nerviosa visita de unos padres acompañados de su hijo de diecipocos años. El tema era relativamente corriente pero no por ello menos grave: un posible problema de drogas que parecía padecer el chico.

Los primeros minutos de la entrevista transcurrieron con celeridad. Padre y madre cursaban acusaciones mutuas acerca de sus respectivas responsabilidades en la patología de su hijo. Parecía evidente que algo no funcionaba entre ellos hasta que, ante la evidencia de un discurso tan incoherente, la madre me miró fijamente y me aclaró con voz ronca: “Estamos separados hace casi diez años”.

El chico, sentado en una tercera silla, permanecía como un perfecto invitado de piedra a esta conversación en la que se hablaba de él pero, paradójicamente, no se le tomaba en cuenta. Media hora después, ante el aburrido desarrollo de la entrevista, pedí a ambos padres que me dejaran a solas con el silente adolescente. El chico apenas hablaba y, ciertamente, se expresaba con dificultad. A través de la puerta se filtraba el fuerte tono del rígido padre propio de un guardia civil del siglo diecinueve. Parecía evidente que el adolescente no estaba acostumbrado a comunicarse con sus congéneres ni menos aún a sentirse comprendido. ¿Qué le había sucedido en estos años?, ¿Cómo pensaba?, ¿Qué sentía? La hora de consulta se había agotado y, por un momento, me dio la impresión que todo iba a acabar en una fría y confusa despedida.

Siempre dejo para el final los datos de filiación del paciente: nombre, apellidos, dirección, teléfono, correo electrónico, etc. La razón de este ritual es no interferir con la espontánea naturalidad que casi todas las personas muestran en los primeros minutos de contacto. Fui rellenando todos los campos que aparecían en los verdes reflejos de la pantalla del ordenador. Ciertamente, estaba resignado a aplazar la comprensión de este caso en pos de una futura visita. Al preguntarle por su correo electrónico, el chico bajó la mirada y, por un momento, observé un destello de vergonzosa complicidad en sus ojos. Volvió a fijar su mirada en la mía y susurró como si de una revelación se tratase un correo electrónico que obviamente no voy a revelar pero que era muy similar al siguiente: manuelestoysolo@hotmail.com. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. En un solo instante aprendí más del caso que en toda la hora anterior. Una inmensa pena se apoderó de mi estado de ánimo. Al salir del despacho el chico me miró con cierta connivencia. Creo que el sabía que yo acaba de ser el receptor de una pequeña pero importante verdad de su vida.

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