martes, 22 de abril de 2008

UN CASTIGO "EJEMPLAR"

De esta forma titulaban algunos periódicos la sanción a una madre gaditana por haber abofeteado y “tirado de los pelos” a su hija de siete años. La niña hizo un comentario soez sobre la masculinidad de la nueva pareja de la madre que fue respondido, impulsivamente por parte de la madre, en forma de lo que antiguamente se denominaba “soplamocos”. No se puede acusar a la niña de haber actuado con especial mala sangre ya que, seguramente, desconoce el significado profundo y chocarrero del término “homosexual” que, contradictoriamente, la nueva pareja de la madre casi con seguridad no lo era dada la relación heterosexual. En cualquier caso, la noticia podría engrosar el anecdotario nacional a no ser que la niña y la madre ya llevan 28 meses sin tener apenas comunicación por la orden de alejamiento que esta neurótica sociedad le había impuesto más otros 21 que conlleva la sentencia, resultando que madre e hija van a totalizar CUATRO años de separación por una agresión que si bien ninguno compartimos en su ejecución menos simpatía sufro al ver que la solución como ya vaticinábamos en este mismo blog (ver “La cachetada” el 6 de enero de este mismo año) es separar a progenitores e hijos por períodos tan prolongados en los que su relación se desestructure de una manera tan brutal. Nunca mejor dicho: “peor el remedio que la enfermedad”.

Obviamente, al igual que numerosas mujeres han instrumentalizado falsas denuncias de malos tratos o de abusos sexuales hacia sus hijos (recomendado como “vía rápida” por ciertos abogados sin escrúpulos para lograr casa e hijos más pensión de manera automática) en detrimento de las que verdaderamente los sufren colapsando los pasillos judiciales con sus libelos. Esta vez se ha “abierto el cielo” para los padres separados con objeto de recuperar la custodia filial y dejar de pasar la pensión. Todo ello sin necesidad de inventarse nada. Indiscutiblemente no tiene que ser este el caso que nos atañe pero, precisamente, la denuncia ha sido presentada por su ex pareja que se encontraba en proceso de separación.

Cuatro años sin contacto con la madre o sin padre, igual de nocivo. Una eternidad a esas edades en que todo sucede tan rápido. Los vínculos se rompen con facilidad y tan solo queda el amargo regusto de la venganza en algún progenitor.

martes, 15 de abril de 2008

UN PEQUEÑO DESCUBRIMENTO


Cada semana que transcurre resulta en un pequeño desafío escribir este “blog”. Si he de ser sincero, despreciando a la vanidad, la variedad de experiencias profesionales y mundanas hace difícil escoger la vivencia más rica en contenido que se pueda relatar.

Dudaba escribir entre unas y otras hasta que hace escasos días recibí la nerviosa visita de unos padres acompañados de su hijo de diecipocos años. El tema era relativamente corriente pero no por ello menos grave: un posible problema de drogas que parecía padecer el chico.

Los primeros minutos de la entrevista transcurrieron con celeridad. Padre y madre cursaban acusaciones mutuas acerca de sus respectivas responsabilidades en la patología de su hijo. Parecía evidente que algo no funcionaba entre ellos hasta que, ante la evidencia de un discurso tan incoherente, la madre me miró fijamente y me aclaró con voz ronca: “Estamos separados hace casi diez años”.

El chico, sentado en una tercera silla, permanecía como un perfecto invitado de piedra a esta conversación en la que se hablaba de él pero, paradójicamente, no se le tomaba en cuenta. Media hora después, ante el aburrido desarrollo de la entrevista, pedí a ambos padres que me dejaran a solas con el silente adolescente. El chico apenas hablaba y, ciertamente, se expresaba con dificultad. A través de la puerta se filtraba el fuerte tono del rígido padre propio de un guardia civil del siglo diecinueve. Parecía evidente que el adolescente no estaba acostumbrado a comunicarse con sus congéneres ni menos aún a sentirse comprendido. ¿Qué le había sucedido en estos años?, ¿Cómo pensaba?, ¿Qué sentía? La hora de consulta se había agotado y, por un momento, me dio la impresión que todo iba a acabar en una fría y confusa despedida.

Siempre dejo para el final los datos de filiación del paciente: nombre, apellidos, dirección, teléfono, correo electrónico, etc. La razón de este ritual es no interferir con la espontánea naturalidad que casi todas las personas muestran en los primeros minutos de contacto. Fui rellenando todos los campos que aparecían en los verdes reflejos de la pantalla del ordenador. Ciertamente, estaba resignado a aplazar la comprensión de este caso en pos de una futura visita. Al preguntarle por su correo electrónico, el chico bajó la mirada y, por un momento, observé un destello de vergonzosa complicidad en sus ojos. Volvió a fijar su mirada en la mía y susurró como si de una revelación se tratase un correo electrónico que obviamente no voy a revelar pero que era muy similar al siguiente: manuelestoysolo@hotmail.com. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. En un solo instante aprendí más del caso que en toda la hora anterior. Una inmensa pena se apoderó de mi estado de ánimo. Al salir del despacho el chico me miró con cierta connivencia. Creo que el sabía que yo acaba de ser el receptor de una pequeña pero importante verdad de su vida.

martes, 8 de abril de 2008

EL PENSAMIENTO ÚNICO

Me resulta cada vez más inquietante cómo en los medios de comunicación se tiende a “uniformizar” las opiniones: parece que todo el mundo piensa de manera similar. Consideran que ciertos temas son “intocables” a la hora de discutirlos. Cuando se disiente, se tiende a descalificar al contrario, no desmontando sus argumentos sino en el terreno personal. Los “mass media” amplifican esta corriente ideológica sintonizando con la siguiente idea: “si no estáis conmigo es que estáis contra mi”. Pues no es necesariamente así. El pensamiento, evidentemente, no tiene que ser tan sólo bidireccional como en un básico episodio de “Barrio Sésamo”: “arriba o abajo”, “derecha o izquierda”, “blanco o negro”. Debemos enseñar a nuestros hijos a pensar y a ser rebeldes. A poner (casi) todo en tela de juicio. Crear nuevos argumentos para que ellos mismos lleguen a similares o desiguales conclusiones.
Hace pocos días mi hija de dieciséis años veía un debate, por no decir un fusilamiento, a cierta persona ausente de este programa televisivo que había osado comentar algunos aspectos sobre la sexualidad de algunos menores de edad. Estos seres de “pensamiento único” se reforzaban unos a otros en sus argumentos. Más aún, en ciertos momentos, alguno de ellos parecía querer superar los de otro contertulio y remontaba más todavía en el escalón del despropósito. Miraba, de reojo, a mi adolescente hija para observar su reacción hasta que, al parecer, no pudo más y dijo: “Pero Papá, eso que dicen no es cierto. Muchas de mis amigas disfrutan provocando a chicos que son mayores de edad”. Una pena que la televisión no sea interactiva y que los que, en ocasiones, estamos al otro lado de la pantalla, no podamos intervenir en directo. No es problema de posicionamiento político ni religioso, hay cosas que simplemente ocurren. La realidad no sabe de posiciones “políticamente correctas”. Afortunadamente.

miércoles, 2 de abril de 2008

PSICÓPATAS Y COMPASIÓN

Hace tan sólo dos o tres días un medio de comunicación me entrevistó en referencia al terrible asesinato de la niña onubense Mariluz. Para sorpresa del periodista opiné que todos habíamos aprendido algo y no tan solo respecto a los fallos ya tan comentados de la propia justicia sino aquellos relacionados con la actitud del padre. Creo que su serenidad y paz interior propias de una persona con gran vida interior y un sistema de creencias activo en lo más profundo de su mente le ha servido para poder ordenar su dolor en los peores momentos de sufrimiento. Más aún, sus palabras exentas de venganza pero impregnadas de justicia han rezumado autoridad moral y revalorizado sus peticiones ante nuestra sociedad.

La emoción clave ha sido la compasión. Esa sensación que justamente la semana pasada una revista científica norteamericana afirmaba haber localizado en una zona determinada del cerebro pero que, más importante aún, concluía que podía enseñarse a nuestros hijos y que podía desarrollarse, cito literalmente, “como quien aprende a tocar un instrumento musical”.

El padre llegaba a “no desear al asesino ni un solo día” de los que él había padecido. Es decir, una demostración sublime de empatía, de saber ponerse en el lugar del otro. Algo que, lógicamente, el asesino nunca supo hacer. La “empatía”, ese congeniar íntimamente con otra persona hasta el punto de poder vivir y sentir lo que el otro padece es impropio de los psicópatas. Es una pena que para tener que descubrir seres humanos como Juan José Cortés haya tenido que suceder algo tan terrible. Ojala que los telediarios estuvieran plagados de seres semejantes a él que supieran ponerse en el lugar de los demás en vez de psicópatas que, en algunos casos, tienen participación de nuestra vida diaria y que no siempre se dedican al crimen.

Siempre nos quedará el dolor de no haber visto crecer a Mariluz al lado de un padre como Juan José. Quien sabe que tipo de futuro le aguardaba en nuestra sociedad. Al menos ella tuvo el padre que, probablemente, el asesino nunca tuvo la alegría de conocer. Descanse en paz.