lunes, 27 de noviembre de 2006

ASERTIVIDAD CASERA

Como padres podemos enseñar a nuestros hijos a ser asertivos. Pero, ¿qué es ser asertivo? Es la expresión de sentimientos, necesidades y derechos sin tener que amenazar a los demás.
Asimismo, es un comportamiento que podemos enseñar a nuestros hijos. Principalmente en relación a los límites y a circunstancias vitales.

Para transmitírselo a nuestros hijos debemos ser consecuentes con lo que se quiere decir. Sin vacilaciones pero con la flexibilidad necesaria como para escuchar a nuestro hijo y, si es el caso, corregir nuestra opinión. Sin embargo hay decisiones que no se deben de negociar. Si es “no” hay que llevarlo adelante hasta las últimas consecuencias. Si nuestro hijo no lo respeta deben darse una serie de resultados que le hagan reflexionar sobre su conducta. Explicándole, en todo momento, la razón de dicho castigo.

El contacto visual es esencial. Debemos mirar para ser correspondidos y que emane una sensación de sinceridad. Las explicaciones deben ser sencillas y de acuerdo a la edad correspondiente. Durante las mismas o si se tiene la necesidad de regañarle nunca humillarle ni menospreciarle o su autoestima se verá menoscabada.

En caso de estar en desacuerdo con nuestra pareja por algún motivo en relación con nuestro hijo, rectificar en privado. El niño debe saber apreciar que los “noes” o “sies” son compartidos por nuestra pareja.

Una última reflexión: ¿Somos suficientemente buenos modelos para nuestros hijos? ¿Nos tendrían que regañar ellos a nosotros alguna vez? A través de la asertividad les estamos enseñando a saber elegir y sentirse mucho más libres.

martes, 21 de noviembre de 2006

SOCIEDAD, EDUCACION Y NEUROSIS

Hace pocas semanas unas compañeras empujaron a otra por unas escaleras. ¿Resultado?: una pierna rota. Me entero de la noticia leyendo la portada de un periódico de tirada nacional. Días antes, observo en los principales telediarios como un padre convoca una rueda de prensa porque a su hijo le han pegado con una regla o estuche para lápices mientras otros compañeros lo grababan con una cámara de video propiedad de la escuela que, al parecer, el padre arrebató, a su vez, al niño aficionado al séptimo arte. Un tanto agobiado con tanta noticia poco esperanzadora decido darme un paseo mientras voy a buscar a mi hijo a la parada del autobús escolar. Un viandante porta uno de esos periódicos de distribución gratuita en los que con grandes letras de molde, similares a los que se imprimieron el día de la llegada del hombre a la luna, el titular afirma sin pudor alguno: “Las fuerzas policiales colaborarán contra el acoso escolar”.

Recuerdo, cuando era niño, que nos empujábamos por las escaleras, hecho que dio lugar a más de un descalabro con férulas de yeso incluidas. En otra ocasión, un compañero casi perdió la visión de un ojo por una pequeña flecha de papel certeramente disparada con una goma elástica. Podría contar tantas anécdotas que, seguramente, agotaría el contenido de este "blog". Sin embargo, ninguno de nosotros constituíamos portada de periódico ni de telediarios. Afortunadamente, no disponíamos de móviles ni de otros ingenios tecnológicos como para grabar e inmortalizar estos suculentos momentos. Nos defendíamos sin abogados ni ruedas de prensa. En el mejor de los casos nuestros padres hablaban al profesor jefe y éste, a su vez, amonestaba y castigaba al niño. Pobre de aquel que desafiase al profesor Gutiérrez. El respeto que nos inspiraba se asemejaba a un personaje propio de de la mitología griega. Incluso, nuestros padres se dirigían a él con cierta actitud tímida y amedrentada. El era la “autoridad”. No recuerdo que aplicase castigos físicos pero su mirada, literalmente fulminaba, hasta el punto de sentir una fuerte arritmia cardiaca en caso de ser blanco de la misma. Paradójicamente, su recuerdo no me inspira miedo si no una grata sensación de saber como he llegado a ser quien soy.

Nuestra sociedad neurótica y desorientada se amilana ante figuras cargadas de autoridad que sepan transmitir valores y que, asimismo, muestren comportamientos a seguir. Pone el grito en el cielo cuando un profesor le arrebata una cajetilla de cigarrillos a un niño. Sin embargo, no muestra recato alguno ante la posibilidad que la policía tuviese que detener a un colegial. Seguro que el “profe” Gutiérrez lo arreglaba en un santiamén. Educando al de los cigarrillos, al de la cámara y a alguno de sus padres.

martes, 14 de noviembre de 2006

MUNDOS VIRTUALES, PALIZAS REALES

Ayer mismo estaba revisando el borrador de un libro que mi editorial va a publicar sobre los mecanismos de placer y las endorfinas para primeros de este año que se avecina. Uno de los capítulos trata sobre la interpretación de los sentidos por parte del cerebro. Después de todo, no podemos olvidar que nuestro cerebro se encuentra atrapado en una caja de calcio llamado cráneo y que se alimenta de información a través de los cinco sentidos, o como decía cierto sospechoso comandante, conocido de mi familia, perteneciente a una importante línea aérea nacional: “yo siempre vuelo con mis cuatro sentidos”. Nunca pude evitar mirarle con cierta desconfianza, especialmente cuando a mirada traidora observaba quien pilotaba el avión mientras abordaba un avión de dicha compañía.

Pero volvamos al tema: en relación a los disturbios de París el Ministro del Interior aseguró que muchos jóvenes habían pasado de la destrucción en los videojuegos, mundo virtual, al real quemando automóviles en las calles.

Sin entrar en terrenos movedizos relacionados con las demandas de los estudiantes y de los inmigrantes si que me hizo reflexionar su comentario. ¿Será cierto que primero se practica la violencia en una pantalla y se libran luchas callejeras virtuales y, luego, se desea materializarlas en la vida real?

Cuando éramos pequeños (y tampoco hace tanto tiempo de ello) nuestros héroes eran siempre los buenos de las películas. La bondad de estos personajes era tan marcada que, hasta cuando el malo estaba a punto de caer por un precipicio, el “bueno” extendía su mano para poder salvarle en un gesto desesperado. La muerte del villano, si acaso, era tan solo accidental escurriéndose por el talud para congoja de quien, hasta hacía un momento, había estado a punto de sucumbir en sus manos.

Después de revisar el borrador del libro entré en un foro de jóvenes donde intercambian trucos y opiniones sobre videojuegos. Una de las jugadas más solicitados era el como otorgar más vidas y poder a uno de los protagonistas de un conocido videojuego que tiene el papel de proxeneta y asesino profesional. Huelga decir que la representación videográfica es excelente plena de detalles, luces y texturas realistas hasta el punto de confundirse con una especie de reportaje.

Ello me lleva a entender como uno de mis hijos, ante ciertas imágenes reales de la televisión, pregunta con preocupante insistencia: “Papá, ¿eso es verdad?" Aún cuando tiene la imagen delante de sus narices.

¿Qué circuitos neuronales se abonan cuando un joven pasa horas y horas dañando y sometiendo a otros seres humanos?. ¿Dónde está el juego? O, peor aún, ¿Qué es lo que aprende o practica?.

Parece que están faltando algunas claves de educación para saber con que se puede jugar y cuales son asuntos muy serios en los que personas reales pueden sufrir y, en los que apretar el botón del “joystick” deja de ser un juego detrás de una pantalla. Si, además, algunos de nuestros hijos comienzan a tener dudas sobre lo que ven y juegan sin distinguir perfectamente lo que es real de lo que no lo es. Entonces, no será extraño que, en la vida real, mezclen ambos mundos, o peor, aún jueguen a cosas que, incluso en el virtual, no eran nada divertidas.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

EL PENSAMIENTO REALISTA PICA...PUES HABRA QUE RASCARSE.

Hace pocas semanas escribí unas cuantas líneas en este blog, basadas en una experiencia real ocurrida en esos días, tituladas “Mamá, vendo cosas que matan”. La frase, mezcla de elementos un tanto “naive” y muy duras por otro, reflejaba lo que un hijo adolescente había contado a su madre en la cocina de una suntuosa casa de uno de los mejores barrios de nuestra ciudad. Acto seguido, el chico abandonó la estancia sin proseguir el diálogo. No había sido, realmente, una conversación si no una advertencia: dijo aquello que le quemaba en su interior y se fue. Una pura llamada de atención no correspondida.

Ayer mismo vi personalmente a la madre del chico. Esta vez se encontraba destrozada porque, además de lo anteriormente relatado, otro de sus hijos, también menor de edad, había dejado embarazada a una chica que apenas alcanzaba los dieciséis años. Asimismo, este fin de semana pasado el precoz traficante de drogas había pasado sus primeras cuarenta y ocho horas en un calabozo de la policía. Un par de horas después de estas noticias me encontraba en una emisora de alcance nacional hablando sobre el “pensamiento realista”, uno de los componentes de la inteligencia emocional. Dicho así, suena a algo extraño a nuestra vida cotidiana. Quizás relacionado con las teorías de algún lejano filósofo o escritor de moda extranjero. Pues bien, este concepto es mucho más cercano a nuestra cotidianeidad de lo que suponemos.

El pensamiento realista hubiera empujado a la familia, hace un mes (o mucho antes) a tener una “asamblea” de emergencia cuando uno de ellos expresó que vendía drogas con objeto de poder analizar las causas y poner coto de manera inmediata a dicha conducta. Paradójicamente, nadie hizo nada excepto unas cuantas conversaciones banales cargadas de superficial preocupación pero de vacuos resultados. El miedo a que fuese verdad paralizó a la familia a la hora de tomar decisiones pero no respecto a otras actividades: el padre siguió haciendo vida normal como si nada hubiese sucedido: viajes de fin de semana, salidas nocturnas, cenas de negocios, etc. La madre comentó el caso con sus mejores amigas y con el que escribe estas líneas. Nada, no se tomaron medidas algunas. El temor a la verdad impidió ejecutar, justamente el “pensamiento realista”: “tenemos a un hijo con un problema muy grave y hay que actuar de inmediato, es nuestra máxima prioridad”.

Analizado, ahora, con la perspectiva del tiempo, irónicamente el único con pensamiento realista fue el adolescente quien avisó, claramente, de lo que sucedía. Fue una llamada de socorro: “Por favor, que alguien me haga caso, me estoy metiendo en un lío”.

El “pensamiento realista” resulta incómodo en ciertas ocasiones pero sumamente práctico. Eso sí, los padres pagaron a los mejores abogados.