lunes, 30 de octubre de 2006

CRUCIFIJOS Y VELOS

Es evidente, dado el curso de los acontecimientos, que lo que parecía un tema ciertamente lejano: problemas con llevar o no velo islámico es un hecho cada día más cercano en nuestro país. De hecho, ya se han producido varios “encontronazos” culturales respecto a este tema. Sin embargo, algo que parecía aún más lejano también asoma las orejas por detrás de la puerta después de hacerse efectiva la sentencia, en Inglaterra, a una azafata que portaba un crucifijo. Ya han existido en estos años pasados la llamada “guerra de los crucifijos”, donde asociaciones laicas de padres demandaban la retirada de los mismos en aquellas aulas donde reposaban desde hacía ya muchas décadas e, incluso, algún siglo que otro. Pero, hasta ahora, poco se había hecho en contra de aquellos que portaban símbolos religiosos de manera personal.

No voy a entrar en lo que, particularmente, me parece “mejor” dado que eso, creo, se desprende del mal llamado “sentido común”: “o están todos los símbolos o no está ninguno”. Puestos a ponerlos, tampoco pasaría nada por colgarlos todos. Lo curioso del caso es que si, este emplazamiento de crucifijos, medias lunas y estrellas de David entre otros, ¡Dios me libre de olvidarme de alguno!, se acompañase se una enseñanza proporcional de cada una de las creencias que, aparentemente, se encuentra en juego. La sorpresa sería mayúscula: todas ellas tienen muchos más puntos en común que diferencias.

Hace algunos años un sobrino de la conocida diputa Dolores Ibárruri, conocida como “La Pasionaria”, imagino que nada sospechoso de impregnación religiosa comentó en una entrevista: “Con tan sólo respetar los diez mandamientos no haría falta el Código Penal”. ¡Caray! Que razón tenía, los extremos parecen tocarse...o, a lo mejor, es solo una cuestión de sentido común y buena voluntad de la que tenemos que alimentar a los pequeños que van a ser nuestros futuros ciudadanos.

¿Qué opináis sobre este tema que nos está afectando cada día más?. No dudéis en dejar vuestros comentarios.

Saludos,

José Miguel Gaona
Director “Educar Bien”

miércoles, 25 de octubre de 2006

DE JUGAR CON MUÑECAS A CAMBIAR PAÑALES

Una de las cuestiones candentes que se han planteado en los foros en las últimas horas, es el de una lectora que ha tenido conocimiento que su hija de 12 años ha tenido ya su primera relación sexual. Esta lectora que ha preferido mostrar su duda anónimamente se encuentra lógicamente preocupada ya que esperaba que esta experiencia fuese más tardía, como ella misma dice: "más adelante o, por lo menos, un par de años más". En el estado actual de la cuestión lo que le preocupa ahora es que esta conducta no se repita en el tiempo y, por supuesto, que no derive en un embarazo. Asimismo no quiere proporcionarle "una falsa visión sana del sexo o un mal uso del mismo".

El tema es de suma actualidad y, parcialmente, su trato es casi considerado "tabú" por la sociedad española. Sin embargo, es una realidad en la que muchos adolescentes y otros, casi niños, se están iniciando a unas edades sumamente tempranas.

Algunos podrían sentirse confusos al leer estas líneas, al igual que ciertos padres, que podrían errar creyendo que estamos hablando de conceptos meramente "morales". Si tal actitud es meramente "buena" o "mala". Por el contrario el criterio a establecer (y esto puede despejar las dudas a muchos de los lectores de este "blog") va a estar mediado, fundamentalmente, por el momento psico-evolutivo de la persona que se inicia en dichas relaciones.

Cuando se habla de este tema, tan serio por sus consecuencias fáciles de adivinar, entre ellas el embarazo de niñas y adolescentes, algunos arguyen con cierta sorna que "en otros países" los niños se inician en el sexo a edades muy tempranas. Lo que olvidan al realizar este comentario es que este hecho suele ser efectivo en zonas del planeta en los que el analfabetismo, así como una reducida expectativa de vida eran y son, desgraciadamente, la norma común. Cosa que no parece ser el ideal a seguir en nuestra sociedad.

Dejando de lado el espinoso tema del embarazo (vidas destrozadas, sueños rotos, "padres" adolescentes, etc.) no es menos cierto que la comunicación con nuestros hijos debe establecerse a todos los niveles. Estos crecen muy rápido y, en ciertos momentos, descuidamos los canales de diálogo lo que se traduce en que, literalmente, no sabemos lo que está pasando en sus vidas.

Paradójicamente, en todas las encuestas, los niños y adolescentes expresan que desean a sus padres como la principal fuente de información y apoyo, incluyendo lógicamente, las referidas a la sexualidad. Otra historia es que simulen, en muchas ocasiones, hacer "oídos sordos". Sin embargo, el bagaje cultural de la familia va "calando" en sus conductas y, posteriormente, será utilizado como referente en sus vidas.

Si estos canales de comunicación existiesen desde la infancia se podrían reducir, al menos, la presencia de sorpresas como la que le ha sucedido a esta lectora o a cualquiera de nosotros. Deberíamos, consecuentemente, intentar anticiparnos a los acontecimientos.

Quizás esa idea, expresada por esta preocupada madre, de haber deseado que su hija hubiera esperado "un par de años más" (¿con catorce?) ha sido inconscientemente transmitida en alguna conversación sin haber sido apoyada, paralelamente, de razones que sustenten el necesario retraso que debe existir entre la aparición del instinto y su posterior consumación. Igual de importante, o más, es el contenido de la información que proporcionamos a nuestros hijos.

En nuestro país las primeras relaciones sexuales se sitúan en torno a los 17 años. Pero este dato no deja de ser una simple estadística y no una norma de comportamiento, ni siquiera una referencia de conducta para que los padres la "implanten" en sus hijos. De hecho, algunas personas no se encontrarán emocionalmente preparadas hasta algunos años después. Dudo que esta regla de proporcionalidad sea lineal para edades inferiores.

Se habla mucho de la educación sexual. Curiosamente, cuando esta se consigue se convierte, muchas veces, en una especie de manual de instrucciones como los que incluyen los muebles de IKEA. Nada de ello puede reemplazar a las conversaciones íntimas con nuestros hijos en las que podemos transmitir que la sexualidad es mucho más que la mera relación sexual. Empaparles en la idea de que existe un recorrido que, además, no deben perderse porque, en muchas ocasiones, es mejor que el propio destino. En el caso de los varones, dejarles claro que las responsabilidad es compartida, subrayando valores de responsabilidad y de consecuencias prácticas.

En fin, no solo hablar si no comunicarse, pero desde el principio, sin esperar a que sobrevenga alguna "gran crisis" o, por lo menos, si llega, estar sólidamente asentados. Antes de educar a nuestros hijos educarnos nosotros mismos. Reconozco, modestamente, que yo sigo haciéndolo todos los días.

El debate está abierto...


José Miguel Gaona
Director "Educar Bien"

sábado, 21 de octubre de 2006

LA AUTOESTIMA Y NUESTROS PADRES

Muchas personas hablan de la "Autoestima" sin saber muy bien que es. Lo cierto es que es algo que no te enseñan con claridad ni en la Universidad ni tampoco mientras haces la especialidad. Para algunos significa algo parecido al "cariño hacia uno mismo". Pero expresado de esta manera no parece otra cosa que una especie de sentimiento narcisista y egocéntrico.

La autoestima se nutre del aprecio que tenemos a otra esfera que podríamos definir como "autoconcepto". ¡Ahora si que la he liado!. Parece el mismo perro con otro collar. Pero, sigamos explicando: el "autoconcepto" no es otra cosa que una especie de "cofre", parecido al que aparece en las películas de piratas llenas de joyas, collares de perlas y diamantes pero, en este caso, repleto de nuestras cualidades: la empatía que sabemos expresar, sentimientos y otras que pudieran parecer más banales pero no por ello, menos importantes: ser puntuales, conocer idiomas, hábiles en algún deporte, etc.

En otras palabras: la autoestima es el "cariño", el "aprecio" que le tenemos al "autoconcepto". Sí, al "cofrecito" en cuestión.

Inmediatamente, sobreviene otra pregunta: ¿Cómo comienza el desarrollo embrionario de ese cariño y aprecio?: en la infancia. Cuando nuestros padres nos hacen sentir queridos y apreciados es, justamente entonces, cuando comenzamos a darle valor a nuestro ser más íntimo, a nuestro "yo".

En la vida profesional diaria, al conocer a una persona en la que percibimos una baja autoestima siempre se me viene a la cabeza una sola pregunta: "¿te sentías querido/a por tus padres?". Los ojos se humedecen, bajan la cabeza y contestan: "No mucho". La percepción ya sea subjetiva o real es tremendamente destructora para todos los que la padecen.

En la infancia hagamos que nuestros hijos se sientan queridos. No nos dé ninguna vergüenza de expresar nuestros sentimientos y explicarles el motivo por el cual les estamos felicitando. Estaremos construyendo unas fuertes bases para su autoestima:”Si ni mis padres me quisieron, es que no valgo". Por el contrario: "Siempre me sentí querido y...apreciado".

José Miguel Gaona
Director "Educar Bien"


PD: Visite los "Foros" y vuelque allí sus dudas y cuestiones. Nuestro grupo de especialistas lo visita a diario y contesta a la cuestiones más relevantes.

jueves, 19 de octubre de 2006

EMPATIA Y TOLERANCIA

Hace un par de días me encontraba en un programa de radio de una conocida emisora nacional hablando de lo que comunmente se ha denominado "inteligencia emocional". La presentadora, creo que con fingida sorpresa, con objeto de que yo, el entrevistado, tuviese que contestar a cuestiones que ella misma sabía pero que el público, probablemente, no conocía. Dijo no entender que relación podría existir entre la "empatía" y la "tolerancia". A primera vista parece que hubiese que forzar ambos conceptos para encontrar puntos de coincidencia. Sin embargo, no es así.

En primer lugar, la "empatía" ha sido clásicamente definida como "ponerse en el lugar" del otro. Aunque parezca mentira, eso se aprende desde pequeños, no siendo, para nada, una cualidad innata. Se podría llamar también "resonancia afectiva". Si el otro sufre, nosotros nos ponemos en su lugar. Si el otro llora, se nos humedecen los ojos. Si la alegría se desborda (recuerdan esas escenas del pueblo donde ha tocado el "gordo" de Navidad y todos están contentos, incluso muchos a lo que nos les ha tocado ni un céntimo?) los demás también somos contagiados del mismo sentir.

Esa comprensión de lo ajeno es lo que, en definitiva, nos hace tolerantes ya que comprendemos las distintas cualidades de aquellos que nos rodean. Comprendemos el sufrimiento del inmigrante que se ha jugado la vida en el pequeño bote o bien de aquel que no pertenece a nuestro círculo y que tiene distinta ideología del tipo que fuere. ¿Cuántas veces nos hemos llevado sorpresas al llegar a conocer a alguien que, aparentemente, era tan distinto?. Todos, absolutamente todos tenemos, en mayor o menor medida los mismo ingredientes, deseos y temores. Son muchas más cosas las que nos unen que las que nos separan. El arte consiste en hacer ver a nuestros hijos, en enseñárselo, que las similitudes son lo más común entre los seres humanos.

En esta época de odios y separaciones, tan solo rascando en el corazón de nuestro ser más cercano podremos dar una buena lección de empatía, algo que no se aprende en la calle, y de su prima hermana, la tolerancia, a aquellos que, silenciosamnete, nos vigilan y aprenden: nuestros propios hijos.

martes, 17 de octubre de 2006

MAMA, VENDO COSAS QUE MATAN

Mamá, vendo cosas que matan a los niños”. En estos términos tan descarnados se expresaba este adolescente, precoz traficante y consumidor drogas, de tan sólo dieciséis años a su madre, esposa de un conocido industrial madrileño. Resulta llamativo mencionar que el chico no tiene una necesidad imperiosa de dinero dada la posición económica de sus padres ni su familia, aparentemente, padece algún desajuste que explique esta conducta.

Pocos días más tarde me encontraba sumido en una interesante conversación con altos funcionarios de una entidad dedicada a la prevención del consumo de drogas. En este tipo de reuniones, resulta natural sacar sobre el tapete ciertos temas. Uno de mis favoritos es, como no, el de la prevención del consumo de drogas. Muchos expertos nos hacemos la siguiente pregunta: después de tantos años y millones de euros gastados, ¿Cómo es posible que ahora existan muchos más consumidores que antaño?. Si casi todos conocemos los peligros de las drogas ¿porqué las consumimos?. En ese momento, como sincronizados por un extraño mecanismo de relojería, los tres contertulios comenzamos a quitarnos la palabra para, atropelladamente, dar nuestra personal explicación respecto a dicho empeoramiento de la situación. Este escenario no hubiese tenido nada digno de comentar excepto en que, sorprendentemente, todos estábamos de acuerdo sobre los componentes del caldo de cultivo.

Resultaba llamativo que prácticamente ninguno de nosotros acusara a algún entorno determinado del problema de drogas que nos rodea sino a una actitud general que parece habernos invadido. Quizás sea la cultura del placer inmediato de no saberse refrenar. El “sacrificio” en aras de alcanzar objetivos mayores no es un valor apreciado.

Pocas horas antes de escribir estas líneas he pasado cerca de un colegio y, en la esquina, unos 8 o 10 chicas y chicos enrollaban al borde la acera el siguiente porro. Sería fácil ensañarse con ellos y censurar ciegamente lo que estaban haciendo pero ¿tendrían algo mejor que hacer?. La respuesta obviamente es “si” pero, ¿alguien se lo ha mostrado?. No estoy tan seguro.

domingo, 8 de octubre de 2006

NO ES ACOSO TODO LO QUE RELUCE

Jokin era un adolescente de 14 años que se arrojó desde la muralla de su ciudad Hondarribia un martes 21 de septiembre después de sufrir el acoso continuado de un grupo de compañeros de clase. En la misma autopsia se pudieron comprobar la existencia de lesiones previas a su muerte. Días más tarde algunos condiscípulos, que no "compañeros", de Jokin fueron expulsados temporalmente del instituto.

Muchos estudiantes antes y después de Jokin han sufrido un acoso en forma de "matonismo" que algunos conocen como "bullying". El o los agresores actúan de manera deliberada con la exclusiva intención de herir o provocar malestar psíquico. Las víctimas sufren de manera permanente provocando daños irreparables en su identidad, especialmente frágil en esta etapa de la vida. Para empeorar aún más las cosas, el silencio de los demás compañeros actúa como un pesado muro de silencio en torno a su víctima.

Podría parecer que sobre todo los padres de las víctimas deberían preocuparse de este fenómeno. Sin embargo, también los progenitores de los acosadores podrían estarlo ya que algunos de estos niños completarán, en su etapa adulta, una personalidad con rasgos violentos y potenciales actitudes de malos tratos tanto con sus parejas como con sus hijos. Esta conducta, exenta de reglas de podría aumentar, además, el riesgo de padecer problemas con la justicia en los más diversos niveles. Su percepción de la realidad es confusa hasta el punto que muchos de ellos, paradójicamente, se sienten "provocados" (70,5 %) y por ello reaccionan violentamente. En otras facetas de su personalidad destacan la atracción por las actividades de riesgo (59%) y sus preferencias por las películas y los juegos violentos (41%).

Sin embargo el que uno de cada cuatro niños sufran acoso escolar, según una reciente encuesta, revela que las relaciones entre los niños, como era de esperar, se encuentran mediadas por ciertas dosis de violencia que son propias de todos los seres humanos. Podría ser inmensamente preocupante pensar que un 25 % de los niños españoles son “víctimas” diarias de “malos tratos” y que, finalmente, padecerán profundas perturbaciones psíquicas. Si, además, según dicho informe la mayoría de los “acosadores” son varones y sus “víctimas” mujeres nos trae a la memoria otra realidad cercana en la que, irresponsablemente, se criminaliza de manera continuada a uno de los sexos. Tan malo es ignorar el problema como acusar a uno de cada cuatro niños de ser, poco menos que un “maltratador” y, sugerir, intervención profesional para la que no habría, dadas las supuestas dimensiones del problema, suficientes psicólogos y terapeutas en nuestro país.

Prudencia, pues, ante estudios de contenidos llamativos y alarmistas y sigamos educando sin apuntar con el dedo a niños que, muy probablemente aprenderán a controlar esa violencia innata en los seres humanos y que comparten, por supuesto, ambos sexos.

EL FINAL DE LAS VACACIONES

Finalizan las vacaciones y todo vuelve a su ritmo normal. Mientras escribo estas líneas recuerdo con nostalgia pero no menos nerviosismo la desazón que me causaba volver al colegio. Lo curioso del caso es que ese nudo en el estomago desaparecía nada mas comenzada la primera hora escolar. Eran numerosos los comentarios, experiencias y anécdotas que compartíamos con los compañeros. Tantas que, al final del día, quedaban otras numerosas para el día siguiente.

Sin embargo, ahora que soy padre añado otra preocupación: ¿Qué va a pasar este nuevo año con los hijos?, ¿Qué nuevos desafíos nos va a deparar este curso?...y una obsesión: ¿voy a poder dedicar suficiente tiempo a mis hijos?. No solo eso, sino que también debemos de forzar nuestros horarios para sincronizarlos con nuestros hijos. En definitiva, nosotros también vamos al colegio. Nos levantamos a horas que no siempre coinciden con las de ellos y terminamos, en ocasiones, nuestro trabajo para recogerlos en el colegio o en la parada del autobús cargados de un terrible sentimiento de culpa por casi no haber llegado a tiempo.

También resulta evidente que la vuelta al colegio no supone lo mismo para un niño que haya tenido problemas en el mismo que para otro que disfruta aprendiendo y socializándose con sus compañeros.

Por extraño que parezca, todavía son muchos los padres que creen que la obligación de educar recae casi exclusivamente en los profesores, que “para eso les pago”, mientras que en casa tan solo hay que inculcar unas reglas básicas de urbanidad, normalmente relacionadas con la comida o la vestimenta, pero nada más.

La desconexión entre padres y profesorado suele ser la norma general. Un buen consejo es acudir a la primera reunión de padres y, al menos, conocer a los profesores de nuestros hijos. No esperemos a tener problemas para contactar con ellos. Enterarse del plan escolar a seguir y, a ser posible, encontrarnos con ellos cada 2 o 3 meses para valorar su evolución. Apoyar moralmente a los profesores desde casa es otra de las tareas pendientes. Nuestros hijos no les respetaran si, nosotros mismos, nos dedicamos a desprestigiarlos bajo el techo de nuestro hogar. Una manera muy activa de acometer esta tarea es la de ayudarles en las labores de casa e interesarse por lo que hacen.

Mas que el propio rendimiento académico debemos de centrarnos en la transmisión de valores por la cultura, especialmente la lectura. A mis hijos suelo decirles: “No quiero que aprendas ‘cosas’ sino que aprendas a pensar”. Esta idea requiere tiempo en desarrollarse, diría que toda una vida ya que puede desgastar a muchos padres desbordados, además, por las obligaciones diarias. Requiere tiempo y, sobre todo, muchísima paciencia, especialmente cuando nuestros hijos muestran desinterés por algo que, probablemente, no sabrán apreciar, excepto a largo plazo.

No olvidemos, pues, la primera regla de esta vuelta de las vacaciones: ir la escuela es algo positivo, útil y agradable para el niño. Es el lugar donde conocerá a otros niños y se divertirá aprendiendo. Sin casi darnos cuenta sé ira formando como persona y heredando nuestros valores. Educar no es otra cosa que ayudarle a separarse de nosotros, en la mejor de las condiciones, claro está.